No sé lo que saldrá de aquí pero lo que sí sé es que desde hace ya diez años para mi la Navidad no es lo que era. No es un sentimiento de melancolía o tristeza, que también, es sobre todo es un sentimiento de rabia contenida, de rabia que no puedo dejar visible porque parece que vas «contra natura». Tengo todo el derecho del mundo a no sentir ya lo mismo por la Navidad ni por las fiestas, reuniones familiares, ni nada por el estilo en estas fechas.
Hay cosas que te marcan para siempre y a mi la Navidad de 2001 fue uno de los mayores impactos emocionales que he tenido en mi vida y no, no me he recuperado, ni quiero hacerlo. También a éso tengo derecho.
Pasé la Nochebuena de ese año cenando en una habitación de una clínica con mi madre, mi pareja y mi padre practicamente en coma a mi lado. Llevamos la cena allí, la servimos en una de las mesas articuladas para camas de hospital y casi ni la tocamos. Hubo tanto silencio y tantos intentos de conversación que intentaban asomarse a una normalidad imposible que aquella situación se convirtió en el peor de los recuerdos. Murió cuatro días después, el día de los Santos Inocentes.
Dicen que el tiempo lo cura todo, pues no, hay cosas que el tiempo disipa, aleja, pero no cura.El tiempo es únicamente un espacio entre nuestros recuerdos y me queda patente porque parte de esa rabia tiene su origen en lo duro de aquel recuerdo, tanto que cuando intento evocar otra Navidad, me cuesta, la primera imagen que viene a mi cabeza es ésa.
Comprendo la actitud de los que me rodean cuando intentan calmar mi mal carácter (o solamente diferente) ante situaciones forzadas pero durante todo el año cuido de mi familia y amigos, o por lo menos lo intento, no espero a Navidad. Aprendí de él la importancia del detalle, de la improvisación, de crear momentos importantes dentro de la rutina y lo aplico. Así que si no estoy feliz en Navidad, no me veo en la obligación de esforzarme, es mi vida, es mi forma de recordarle y es mi manera de respetarle. Lo mismo que los lazos familiares no hacen los afectos, la Navidad no me provoca querer a nadie más, ni quererle menos porque actúe de una manera o de otra.
Para mi no han pasado diez años, fue ayer. Para mi la Navidad es un ejercicio de no obviar lo que durante todos los días del año siento, que le echo de menos. No es un acto de rebeldía, es que quiero que me duela, quiero sentir la injusticia de que muriera con 58 años, quiero sufrir gratuitamente lo que me quedó por decirle, lo que me dijo los últimos días sin decir nada, quiero recordar el esfuerzo que hizo por vivir y lo que sufrió por ello. Son muchas las veces que decidimos vivir en segunda persona dando prioridad a los problemas de los demás, espacios y tiempos que cedes sin esperar a que te lo agradezcan y ni siquiera que se den cuenta, porque te sale, porque lo sientes así… Por lo tanto vivir ésto en primera es una decisión personal perfectamente meditada y razonada, solo que yo no elegí que pasara en Navidad pero pasó porque ya lo dijo Murphy, «Nada es tan malo nunca para que no pueda empeorar».
No sé si dentro de diez años la lectura será diferente pero mientras escribo ésto elijo rescatar el pasado, revivirlo en el presente y por ello no cierro puertas a las Navidades del futuro.